¿Te sientes inútil y no encuentras sentido a muchas de las cosas que te rodean?
¿Te rondan pensamientos sobre morirte más que voluntad de seguir adelante y vivir?
¿Te resulta difícil sentir la tristeza o bien te dejas arrastrar completamente por ella sin poder evitarlo?
¿Has perdido todo deseo de relacionarte con los demás?
¿Bebes últimamente más alcohol o tomas otras sustancias?
¿Te resulta muy difícil encontrar fuerzas para hacer las cosas más cotidianas?
Cuando vives un duelo puedes llegar a tener la sensación de que quizá te estás volviendo loco, la situación te desborda y todo se te hace cuesta arriba. Es lógico, es una situación difícil y dolorosísima para ti. Por ello, es muy importante que aprendas a identificar tus sentimientos y miedos, a percibir tu nueva realidad a la cual tienes que habituarte y obtener la información necesaria para que puedas hacer frente a tu duelo.
Para las personas que estáis pasando por un duelo, la vida cotidiana puede ser más complicada de lo que la mayoría de la gente cree. Cuando alguien fallece o cuando se pierde algo o alguien importantísimo, la sensación de desgarro es tremenda. Planes que se rompen, relaciones sociales que se pierden. Cada uno debe reconstruir su vida en base a sus propios cimientos de personalidad.
El duelo como experiencia vital te afecta de una manera multidimensional: a nivel biológico (duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (duele el dolor de los otros), y espiritual (duele el alma). Por eso, en el duelo el dolor producido es desgarrador, porque es completo.
La terapia psicológica, lamentablemente, no puede evitarte el que sientas dolor cuando vives una inmensa pérdida. Sí te ofrece un gran apoyo, acompañamiento y dirección para que puedas transitar el proceso del duelo con menor sufrimiento y, sobre todo, nutrirte de un asesoramiento que te guíe y oriente en este difícil y tedioso camino. De esta manera, podrás tener una mejor resolución de la pérdida, encauzar tu vida de nuevo y contribuir además a tu enriquecimiento personal.
Recuperar tu equilibrio y bienestar es posible
si cuentas con el apoyo psicológico adecuado.
La palabra duelo deriva del latín dolus = dolor y significa la respuesta con dolor y sufrimiento a una pérdida significativa sin posibilidad de recuperar. Esta respuesta dolorosa es algo muy normal. Lo antinatural sería la negación del dolor o una ausencia de respuesta.
El duelo implica una reacción emocional ante una pérdida que cumple un papel adaptativo pudiendo contribuir al crecimiento personal. Pero también es una de las experiencias más estresantes que ha de afrontar el ser humano. Y que está asociada a importantes problemas de salud como depresión, ansiedad, abuso de fármacos y alcohol o ideas suicidas.
Aunque existen reacciones comunes a todas las personas, es una experiencia íntima que cada persona vive de una manera individual. Cada uno de nosotros va a vivir el duelo de un modo distinto en función de muchos factores: nuestra propia biografía, nuestra estructura física, la relación particular que teníamos con la persona o con lo que hemos perdido.
Con el fallecimiento, parece una obligación moral recordar únicamente lo bueno del fallecido.
Sólo cuando eres capaz de valorar sin idealismos ni reproches
las virtudes y también los defectos del fallecido,
se puede considerar que has superado el duelo.
Cuando estás pasando por un duelo tienes que sentir el desgarro del dolor en tu interior. De nada sirve evitar la aparición de los síntomas, pues tarde o temprano aparecen. Compartir el dolor suele venir muy bien porque supone el apoyo necesario para la superación del mismo.
A veces intentamos recuperarnos demasiado rápido y demasiado pronto antes de poder hacer el necesario duelo. Hay que recordar siempre que cada persona se enfrenta a un duelo único, intransferible y personal, y como tal tiene que sentirlo.
Ante la pérdida de un ser querido el organismo reacciona con:
Durante el proceso de duelo, se suelen experimentar todo tipo de sentimientos: tristeza, incredulidad, ira, envidia, culpabilidad, tristeza y resignación. El triángulo pienso, siento y actúo se manifiesta en todas las reacciones del proceso de duelo.
Los síntomas principales que se suelen sentir en los procesos de duelo son:
Aunque casi siempre identificamos duelo con la pérdida de alguien a quien queremos por fallecimiento existen otra serie de pérdidas significativas a lo largo de nuestra vida que nos enfrentan a la elaboración de un duelo. Todas ellas provocan emociones y sentimientos que tienen una base común, pero que se diferencian en la intensidad y en la capacidad para asumir la sensación de pérdida.
Existen distintos tipos de duelo en función de la naturaleza de la pérdida:
Para superar el proceso de duelo es muy importante darte el permiso para poder sentir en lugar de negar. Expresar tus sentimientos en lugar de temerlos o reprimirlos.
Para poder rehacer de nuevo tu vida, retomando aquellas actividades que quizá fuiste dejando atrás, tienes que pasar por una serie de fases muy diferenciadas, que aproximadamente pueden durar entre los seis y los dieciocho meses.
Generalmente las fases que atraviesas durante el proceso de duelo son:
Fase de negación. Es el momento en el que acabas de recibir la noticia. La negación surge como una respuesta inconsciente del ser humano, a modo de mecanismo de defensa que impide la toma de conciencia de la muerte o pérdida del ser querido. Esta fase puede durar desde unas horas hasta un tiempo ilimitado. Eres incapaz de comprender lo que ha sucedido y responder a ello de forma adecuada. Durante esta fase sigues buscando al fallecido, lo cual dará lugar a ensoñaciones con el fallecido o a que puedas tener pequeñas alucinaciones en las cuales tiene la sensación de que le has percibido, sin lugar a dudas fruto del proceso de negación a la pérdida que ira pasando con el paso del tiempo.
En esta fase tan sólo puedes hacer ciertas cosas de forma casi automática. A veces incluso aunque lleves a cabo actividades necesarias y cotidianas no recuerdas haberlas hecho. Puedes llegar a sentir ansiedad y angustia profundas.
Fase de ira. Pasada la fase de negación comenzamos a tomar conciencia de la pérdida y con ella surge el enfado (hacia ti mismo, hacia el difunto, hacia los profesionales de la medicina, los familiares, Dios…). La ira aparece entre otros motivos por la sensación de vacío que queda tras el fallecimiento, unido a la sensación de falta de apoyo y a la posible soledad. Surgen preguntas del tipo ¿Por qué me ha pasado esto a mí? Es una fase en la que recuperamos a través de la ira fuerza para seguir avanzando.
Fase de culpa: La ira comienza a apaciguarse y llegamos a la etapa de culpa. Esta etapa puede llegar a ser una de las más importantes a la hora de elaborar el proceso de duelo, entre otras cosas porque va a estar presente prácticamente a lo largo de la vida.
Comienzas a buscar posibles culpables a lo que le ha sucedido y al final acabas auto culpabilizándote, “Si me hubiera enterado antes de lo que tenía”, “Si le hubiera tratado mejor”, “Si no le hubiera gritado”. Toda esta culpabilidad te va a llevar a tener ensoñaciones nocturnas y arrebatos de dolor en momentos puntuales.
Fase de tristeza. Generalmente aparece a las pocas semanas de la pérdida y puede prolongarse incluso a lo largo de todo un año.
Te sientes irritable e inquieto en ocasiones y en otras apático e indiferente. Nada parece valer la pena y el día a día lo percibes como un esfuerzo sin placer. Con frecuencia sientes falta de apetito, pérdida de peso y trastorno del sueño, aunque poco a poco van desapareciendo gradualmente.
En esta etapa empiezas a tomar conciencia de la pérdida e intentas recordar al ser querido, utilizando fotos, recuerdos u objetos que te faciliten sensaciones que poco a poco comienzas a perder.
Al ir asimilando el dolor y la pérdida, comienzas a plantearte el futuro y te genera miedo debido sobre todo a la sensación de vacío generada por la falta del ser querido. En esta fase del duelo la pregunta más frecuente suele ser; ¿Y ahora qué hago yo?
Fase de aceptación. Llega el momento de aceptar la muerte y de tratar de rehacer tu vida. En esta etapa comienzas a desprenderte de objetos y de recuerdos del difunto. Según vas aceptando lo evidente, asimilándolo y asumiendo completamente la pérdida como algo irremediable, puedes ya hablar del ser querido o del objeto que has perdido sin que ello conlleve una reacción emocional excesiva. Comienzas a ser consciente de que refugiarte en el pasado carece de sentido y de que la vida debe proseguir aunque sea necesario dotarla de un nuevo sentido.
Es una etapa en la cual no se suele estar ni alegre ni deprimido, tan solo resignado ante la realidad de seguir viviendo sin la persona querida. Es el momento de tomar decisiones sobre cómo será a partir de ahora la vida y de resolver aquellos asuntos pendientes. En esta fase del proceso es conveniente realizar una despedida simbólica que facilite el proceso de aceptación.
En realidad, casi todas las personas cuando sufrimos un duelo somos capaces de recuperarnos a lo largo del primer año. Sin embargo, en algunas ocasiones las emociones son desbordantes y puede resultar complicado procesarlas adecuadamente por lo que el duelo se alarga o se complica, llegando a convertirse en un duelo patológico.
En nuestra sociedad, cuando estamos tristes o nos sentimos mal, en vez de aceptar lo que sentimos, lo escondemos con medicación.
A un nivel “macro” nuestra sociedad se podría definir como tanatofóbica: la muerte es un tabú que se forja socialmente desde la infancia. Tendemos a ocultar la enfermedad, las separaciones y la muerte, impidiendo que nuestros hijos participen en las despedidas.
A nivel “micro”, el hecho de que el resto de familiares y amigos del difunto vivencien las fases del duelo a ritmos y velocidades diferentes es una fuente de conflicto y tensión que está detrás de la estadística que indica que el 68% de las parejas que pierden un hijo acaba separándose. Debemos tener en cuenta que aquellos vínculos que a priori deberían ser un apoyo se pueden convertir en obstáculos en el proceso de duelo.
Por ello, el trabajo terapéutico permite normalizar las diferencias en la elaboración del duelo, permitiendo construirlo de manera individual y personal. Esta estigmatización de la pérdida transmite el mensaje de que las emociones asociadas al duelo no están permitidas. Una parte de nuestro trabajo terapéutico consiste en legitimar estas emociones.
Es un hecho que el duelo requiere sentir la pena en todas sus ramificaciones. Estar sedado significa estar limitado en la propia consciencia del daño y del dolor emocional. La terapia, por tanto, consiste en que logres disolver tu coraza para hacer que vuelvan a circular las emociones que se habían bloqueado o reprimido, restaurando tu capacidad de fluir y sanar emocionalmente.
Aunque el dolor que conlleva la muerte o la pérdida de un ser querido es inevitable, ya que no existen recetas mágicas que lo eliminen, sí existen recursos terapéuticos que lo alivian. Sin duda, la terapia psicológica atenúa la carga de tu sufrimiento, te ayuda a vivir el proceso conscientemente y a superar las distintas etapas del duelo, evitando la aparición de comportamientos patológicos o dañinos.
Utilizando las últimas técnicas en psicoterapia, focalizamos la terapia para que logres:
Si bien al principio todo esto puede parecerte imposible, con el paso del tiempo y la ayuda psicológica necesaria, verás cómo lo consigues.
Podemos considerar que has superado tu duelo cuando logras:
Contamos con los medios y experiencia necesaria para el tratamiento del duelo.
Con nuestra manera de abordar el trabajo psicoterapéutico
no solo logras recuperar tu equilibrio integral
sino que fortaleces tu salud psicológica y emocional de forma duradera
En el intento de acompañar en el duelo, es relativamente frecuente y normal el uso de expresiones inconvenientes, aunque aceptadas socialmente, pero que debemos tratar de evitar si lo que pretendemos es empatizar de verdad y facilitar la expresión emocional y un buen acompañamiento.
Alguna de ellas son las siguientes:
«Tú lo llevarás bien, eres fuerte». ¿Qué significa ser fuerte o llevarlo bien?… Quizá no llorar, no sufrir, pasar de la tristeza a la alegría o no enfadarse en medio del sufrimiento.
“Suerte que tienes hijos y te ayudarán”. ¿Acaso sabes cómo es la relación, de puertas para dentro con sus hijos?, ¿Sabes realmente cuáles son sus circunstancias familiares? Mejor no decir nada.
“Ahora ya descansáis todos”. ¿Cómo se puede saber esto? Sobre todo si se trata de la persona que ha estado cuidando al enfermo.
«Podría haber sido peor». ¿Y esto qué significa?, ¿Que podría haber sufrido más?, ¿Que podría haberse alargado la agonía?… Esta frase está basada en suposiciones, en conjeturas, no en realidades. Hay que evitarla, es un error establecer comparaciones.
«Con lo bueno que era». Esta frase invita a la idealización del difunto y depende de cómo y cuándo la utilices, puede incitar al duelo patológico.
“Lo siento en el alma”. No deberías decir cosas así, si realmente no las sientes de verdad. El doliente se puede sentir agredido.
“Así es la vida, hoy estamos aquí y mañana quién sabe”. Esta frase da a entender que en la vida estamos de paso, pero quien la dice a lo mejor ni siquiera se ha parado a pensar de verdad en su propia muerte.
«Tranquilo, el tiempo lo cura todo». Frase de uso muy común en la sociedad. Atribuir al tiempo por sí mismo el poder de la curación sin ofrecer ninguna herramienta, es cuando menos arriesgado.
Acompañar en duelo significa “estar”, auténtica presencia y empatía, sin presión. Si no sabes qué decir, no pasa nada, es mejor permanecer callado. Ofrécele tu hombro por si quiere desahogarse contigo, e incluso llora tú con él, si así lo sientes. Pero evitar dar consejos y decir frases hechas como las mencionadas anteriormente.
El contacto físico tiene mucho poder. Gracias a él somos capaces de comunicarnos profundamente a nivel emocional sin la necesidad de hablar. El abrazo sincero dado, implica reciprocidad y permite atravesar el frío distanciamiento. Ten en cuenta que solamente una pequeña parte de la comunicación es verbal. Tiene mucho más peso la comunicación no verbal (la mirada, los gestos, el tono de voz, la postura corporal…)
La sensación de falta de apoyo a veces puede ser real y otras no lo es. Déjate apoyar por los demás. Es necesario como parte de tu recuperación, dar una oportunidad a tus seres queridos para que puedan apoyarte durante tu proceso de duelo. Eres tú el único que puede decirles qué es lo que verdaderamente necesitas en cada momento. Explícales cómo pueden ayudarte porque lo más seguro es que tengan buena voluntad, pero no sepan cómo hacerlo.
Tiempo para poder estar a solas contigo mismo. El ser humano puede huir de todo aquello que le persigue menos de una cosa: de sí mismo. Del mismo modo que es fundamental permitirse recibir ayuda externa y no encerrarse en los propios sentimientos durante el periodo de duelo, resulta también crucial poder disponer de tiempo para reflexionar, para contactar con tus recuerdos, ver fotos, resolver asuntos pendientes y reorganizar tu nueva vida. Esto requiere algún tiempo en soledad.
En la medida de lo posible, hacerle conectar con la esperanza. Ser capaz de aprender de la muerte, de sacar conclusiones. Hazle reflexionar con mucho respeto y delicadeza, cuando sea el momento adecuado para ello, que ya ha pasado por una de las peores circunstancias por las que puede pasar un ser humano, la pérdida de un ser querido, y a partir de ese momento, y después de haber caminado por el sendero del dolor, queda la esperanza de poder seguir hacia delante con la propia vida.
El duelo es un camino de lágrimas que cada uno de nosotros tiene que atravesar para seguir viviendo. Este camino es único y cada persona lleva su propio ritmo al andarlo. Es importante en el duelo ir avanzando, aunque sea lentamente, pero que puedas ir notando progresos.
Si crees que estás teniendo dificultades para superar la pérdida de un ser querido, la ruptura de una pareja, o la pérdida de algo valioso para ti, podemos ayudarte. Podrás recolocar emocionalmente tu pérdida y seguir viviendo con equilibrio, fuerza, dignidad y esperanza.
Nuestra manera de entender el trabajo psicoterapéutico es ayudarte a resolver tu malestar para que puedas alcanzar lo antes posible el bienestar que necesitas, mejorando tu calidad de vida de forma duradera. Este es nuestro cometido, y la responsabilidad y compromiso que elegimos tener contigo.
Entendemos la psicoterapia como una experiencia transformadora capaz de cambiar la forma de verte a ti mismo y a los demás y de relacionarte con ellos.
Para que puedas entender mejor lo que para nosotros significa hacer un proceso terapéutico, nos gusta comparar nuestro proceso con un viaje que te lleva a vivir una experiencia emocional verdaderamente reparadora.
El primer paso de nuestro particular viaje es hacer una evaluación. No pretendemos encasillarte en un determinado cuadro patológico, sino organizar la información que nos proporcionas para poder establecer el foco adecuado y las metas terapéuticas. El segundo paso del viaje es diseñar una buena planificación, saber dónde vamos y cómo llegar sin rodeos a nuestro destino. El tercer paso es la intervención terapéutica.
Antes de embarcarnos en lo que es un viaje difícil o complejo, para sentirnos más seguros y con la menor tensión posible y conseguir llegar a nuestro verdadero destino, es conveniente planificar y preparar adecuadamente todo lo necesario para acometer con éxito nuestro viaje:
Al finalizar el viaje, a través de ese vínculo sagrado de confianza y seguridad que hemos creado entre nosotros, habrás aprendido a identificar, legitimar, regular y manejar tus emociones, pensamientos y conductas de una manera más sana y beneficiosa para ti y para tus relaciones.
Este tipo de viaje, con este guía en concreto, te habrá proporcionado una mirada interior, un verdadero autoconocimiento, te habrá provocado reflexión y facilitado el cambio y la transformación interior. Te habrás llevado valiosas experiencias, herramientas y nuevos recursos perdurables en el tiempo que te preparan para afrontar las situaciones complejas que puedan darse en cualquier otro reto que decidas acometer a partir de ahora, solo o en compañía de otros viajeros. Sin darte cuenta, tú mismo, te habrás convertido en un gran guía.
Puede ayudarte a despejar tus dudas sobre si la terapia es para ti o no, conocer cuáles son las problemáticas más frecuentes que trabajamos diariamente en la consulta.
En nuestras sesiones de terapia vas a encontrar solución a tus problemas:
¿Te identificas con alguna de esas situaciones? Si es así, ya NO tienes que afrontarlo tú solo.
No olvides que, como tú, todos nosotros nos hemos encontrado en un momento dado en una situación difícil en nuestra vida, y hemos necesitado recibir asesoramiento de un experto que nos ayudó a mitigar nuestro dolor, a recuperarnos y a conseguir lo que verdaderamente necesitábamos.
Da igual si eres hombre o mujer, no importa tu edad, ni a qué te dedicas en la vida, tampoco importa si tienes más o menos dinero ni más o menos estudios. La buena noticia es que cualquier persona puede beneficiarse de la terapia.
Como regla general, cuanto más tiempo duran los síntomas más se agravan los problemas y más cuesta erradicarlos. Cuanto más interfieran en tu vida diaria, más necesitarás recurrir a un tratamiento profesional.
En la actualidad, cada vez más personas van a terapia y la psicología está ya en boca de todos. Hacer terapia resulta algo de lo más natural. Afortunadamente ya no se asocia con tener problemas mentales, sino con reconocer que a veces carecemos de herramientas suficientes para afrontar situaciones difíciles que todos vivimos.
Seguro que alguna de estas dudas o parecidas te surgen. Puedes resolverlas en nuestras preguntas frecuentes.
En ocasiones, hay algunas personas a las que acudir a la primera sesión de terapia les supone cierta vergüenza. Puedes creer que lo estás haciendo mal. Te puede entrar miedo o temor a ser juzgado. A que te consideren más débil o incluso loco…
Puedes cuestionarte si “otros son más capaces que tú”. Incluso puedes llegar a pensar que eres un “desastre” o que has “fallado” como madre, padre, hijo, amigo, esposo, profesional… por no haberlo podido solucionar por ti mismo.
De la misma forma que no sientes que has fallado cuando no puedes reparar por ti mismo el coche, hacer terapia tampoco significa que hayas fallado. ¡Nada más lejos de la realidad! Es justo lo contrario: Las personas más fuertes y valientes se forjan a base de enfrentar retos.
Es completamente lógico y normal que sientas nervios, y que al principio te cueste un poco, tomar la decisión de iniciar un proceso de terapia. Nos pasa a todos.
Implica ponerte en manos de un desconocido y revelarle tus asuntos íntimos.
Tener el coraje de aceptar que necesitas ayuda es una señal de fortaleza y de inteligencia.
Involucrarte en una terapia demuestra que eres muchísimo más valiente, capaz y valioso de lo que tú crees aunque ahora no te sientas así. Y precisamente esto es una de las cosas que vas a poder averiguar y sentir en el proceso terapéutico.
Eres valiente por decidirte a venir, por atreverte a revelar tus asuntos íntimos, a descubrir lo que verdaderamente te sucede, por aceptar tus limitaciones, por reconocer tus carencias, por invertir tu tiempo y dinero para conseguir aquello que necesitas, por querer crecer y evolucionar, por hacer frente a tus problemas, por responsabilizarte en buscar soluciones eficaces, por no “echar balones fuera”, engañarte o culpar a los demás de tu malestar.
Una excelente manera de abordar tus temores es contarnos lo que te preocupa
Tener el arrojo de superar esa ansiedad inicial puede brindarte una sensación de alivio, coraje y optimismo.
Pedir ayuda es el primer paso en el proceso para que puedas sentirte mejor.
Vale la pena porque cualquier persona puede beneficiarse de un proceso terapéutico. Si en algún momento tu calidad de vida no es la que deseas, no cabe duda de que la psicoterapia puede ayudarte enormemente.