El trauma es mucho más que una historia sobre algo angustioso que sucedió hace mucho tiempo. Las emociones y sensaciones físicas que quedaron impresas durante el trauma se experimentan no como recuerdos, sino como reacciones físicas perturbadoras en el presente.
Las personas traumatizadas suelen tener miedo a sentir. Viven con unas sensaciones insoportables: se sienten desagarradas y sufren unas sensaciones intolerables en la boca del estómago o una presión enorme en el pecho. Sin embargo, cuando evitas sentir las sensaciones en tu cuerpo, te haces más vulnerable a quedar abrumado por ellas. Ahora, el enemigo no es tanto el autor de los hechos (que, con suerte, ya no está cerca para volver a hacerte daño) sino tus propias sensaciones físicas. El miedo a quedar secuestrado por tus sensaciones desagradables hace que tu cuerpo se congele y tu mente se apague. Aunque el pasado sea algo pasado, tu cerebro emocional sigue generando sensaciones que hacen que te sientas asustado e impotente.
Por ello, no es nada sorprendente que tantos supervivientes de traumas coman y beban compulsivamente, tengan miedo a hacer el amor y eviten muchas actividades sociales: su mundo sensorial en gran medida está fuera de todo límite.
Para recuperar el control sobre ti mismo, deberás enfrentarte a lo que te ha sucedido. Abrirte a tu experiencia interior. Lo primero es encontrar el modo de manejar la agitación provocada por las sensaciones y las emociones asociadas con el pasado. Los motores de las reacciones postraumáticas se encuentras situados en el cerebro emocional. A diferencia del cerebro racional, que se expresa mediante pensamientos, el cerebro emocional se manifiesta mediante reacciones físicas: dolor de tripa, latidos acelerados, respiración rápida y superficial, sensaciones de desgarro, hablar con un hilo de voz junto con movimientos corporales que significan colapso, rigidez, rabia, estar a la defensiva.
El cerebro racional nos ayuda a comprender de dónde vienen los sentimientos (por ejemplo, “Me da miedo acercarme a un chico porque mi padre abusaba de mi”). Sin embargo el cerebro racional no puede suprimir las emociones, las sensaciones o los pensamientos (como vivir con una sensación de amenaza). Entender por qué te sientes de cierta manera no cambia cómo te sientes. Pero puede evitar que te rindas ante reacciones intensas (por ejemplo, atacar a alguien que te recuerda a tu abusador, romper con tu pareja al primer desacuerdo o saltar a los brazos de un extraño). Sin embargo, cuanto más exhausto estés, más deja paso tu cerebro racional a tus emociones.
La cuestión fundamental para superar el estrés traumático es restablecer el equilibrio adecuado entre los cerebros racional y emocional, para poder sentir que mantienes el control de tu respuesta y de tu comportamiento en la vida.
Cuando te ves empujado a estados de híper o hipoactivación emocional, te quedas fuera de tu “ventana de tolerancia” lo que te impide tener un funcionamiento óptimo. Te vuelves reactivo y desorganizado, tus filtros dejan de funcionar: los sonidos y las luces te empiezan a molestar, te vienen a la mente imágenes indeseadas del pasado y te entran ataques de pánico o de ira. Tu cuerpo y mente se insensibilizan, tu pensamiento se vuelve lento…
Mientras estás desconectado o hiper-activado, no puedes aprender de la experiencia. Aunque logres mantener el control, te pones tan tenso que te vuelves inflexible, testarudo, deprimido.
Según el experto en trauma, el neurocientífico Bessel Van der Kolk, superar el trauma significa recuperar el funcionamiento ejecutivo y, con él, la autoconfianza y la capacidad de diversión y creatividad. Si queremos cambiar las reacciones postraumáticas, debemos acceder al cerebro emocional y hacer una terapia del sistema límbico o emocional. Reparar los sistemas de alarma defectuosos y restaurar el cerebro emocional para que vuelva a su funcionamiento ordinario.
La investigación científica ha demostrado que la única forma de cambiar cómo nos sentimos es siendo conscientes de nuestra experiencia interior y aprendiendo a ser amigos de lo que sucede en nuestro interior. En el centro de la recuperación se encuentra el autoconocimiento. El alivio llega cuando eres capaz de aceptar lo sucedido y reconocer los demonios invisibles con los que estás luchando.
Si ocultas tu dolor, nunca podrás superarlo
Los sentimientos negativos disminuyen una vez que nos permitimos expresarlos
Todo aquello que has tenido que silenciar, callar, que no has podido expresar con palabras es el cuerpo el que toma la palabra y se expresa en forma de “síntomas físicos”. Por eso, toda experiencia que no se puede narrar, ni pensar ni hablar, no se puede integrar ni transformar por tanto en crecimiento ni aprendizaje.
El trauma que ha ocurrido dentro de relaciones normalmente es más difícil de tratar que un trauma resultante de un accidente de tráfico o un desastre natural. De ahí que el trauma no resuelto generalmente imponga un terrible peaje en las relaciones. Si seguimos con el corazón roto porque alguien a quien amamos nos ha dañado, seguramente nos preocupara que nos vuelvan a hacer daño y nos dará miedo abrimos a algo nuevo. De hecho, inconscientemente, puede que intentes lastimar tú primero a los demás antes de que ellos puedan lastimarte a ti.
Esto plantea un serio problema para la recuperación. Para afrontar todo esto necesitas ayuda. Lo mejor que puedes hacer para recuperarte de un trauma es encontrar a un experto en trauma en quien puedas confiar lo suficiente para que te acompañe, alguien que pueda sostener firmemente tus sentimientos, alguien que te ayude a escuchar los dolorosos mensajes de tu cerebro emocional. Necesitas un guía que no tenga miedo de tu terror y que pueda contener tu rabia más profunda y oscura, alguien que pueda salvaguardar tu integridad mientras exploráis juntos las experiencias fragmentadas que has tenido que soportar y muchas veces, mantener en secreto durante tanto tiempo. Necesitas un ancla firme y un eficaz acompañamiento para poder hacer el trabajo de recuperación.