El estrés es una respuesta automática de tu organismo ante un estado de tensión excesiva y permanente que se prolonga más allá de las propias fuerzas. Te ocurre frente a las situaciones en las que sientes una demanda importante o un peligro. La respuesta de estrés provoca una activación fisiológica dirigida a cubrir la demanda y permitir que dispongas de la energía necesaria para afrontarlo. Esta reacción es absolutamente normal y no supone un problema.
Existen una serie de elementos externos ambientales que son los que actúan como estresores tales como: problemas laborales, conflictos familiares, rupturas de pareja, cambios de residencia, dolor, enfermedad, pérdidas, desafíos de la vida, etc. Estos estresores te obligan a mantener la respuesta de estrés durante largos periodos de tiempo y de manera frecuente sufriendo las consecuencias negativas del estrés.
Lo que te ocurre cuando sufres de estrés es que te sitúas en unas condiciones de vida que te llevan continuamente al borde del agotamiento. Te resulta complicadísimo recortar tus actividades. Tu tendencia habitual pasa por “decir que sí siempre a todo y a todos”. No sabes decir ¡basta! Por este camino tu destino es fácil de prever: no vives, no está contigo mismo sino que deambulas de acá para allá, en un sinfín de actividades que terminan en situaciones insostenibles.
La primera fase de alarma, ocurre cuando llevas acumulando un sobreesfuerzo constante, una tensión emocional o intelectual fuerte, un ritmo vertiginoso de vida, sin tiempo para nada. Lo fundamental es el tipo de vida.
Siempre abrumado, sobrepasado en las propias posibilidades, permanentemente desbordado, agobiado, sin un minuto libre, arrastrando un cansancio crónico.
No hay tregua posible para tu trabajo, ya que intentas atender simultáneamente a demasiadas exigencias inaplazables. La consecuencia es una hiperactividad incontenible, imparable, que pretende llegar a demasiadas cosas y que acaba por no estar lo suficientemente atenta a todas y cada una de ellas.
La segunda etapa se denomina fase de resistencia. Se produce cuando ya has alcanzado una cierta adaptación a esa sobrecarga prolongada. Persiste todo igual que al principio, lo que sucede ahora, es que se eleva el nivel de resistencia por encima de lo normal. Te has acostumbrado a llevar ese ritmo trepidante de vida.
Finalmente, se llega a un tercer y último estadio: es la fase de agotamiento, tras la supervivencia de las dos primeras.
Aquí es cuando te derrumbas y fallan todas las estrategias de adaptación. Las energías van desmoronándose y los signos de reacción empiezan a ser ya irreversibles.
En esta etapa final te sientes extenuado. Cuando estás estresado percibes muchas demandas a las que has de enfrentarse y por tanto activas tu organismo con mucha frecuencia, forzándolo en exceso y produciéndote síntomas físicos y psicológicos.