Se define como la exposición a una situación traumática que implica un daño significativo físico, emocional o psicológico para la seguridad de una persona o sus seres queridos. Supone una grave amenaza para la vida. Este tipo de trauma se refiere a eventos que conllevan sentir un temor profundo, horror o intensa desesperanza. En estos casos, la ansiedad o el pánico aparecen cuando te expones a cualquier estímulo que te recuerde al evento traumático, los cuales tratas de evitar a toda costa. El problema es que cuanto más intentas dejar de sentir esa ansiedad o dolor, se produce un efecto rebote que aumenta tus síntomas.
El malestar psicológico que puedes llegar a sentir tras la exposición a un evento traumático o muy estresante es variable. En algunos casos, los síntomas se pueden entender dentro de un contexto basado en el miedo y la ansiedad. Otras veces aparecen síntomas de anhedonía (incapacidad para experimentar placer) y disforia (tristeza o estado de ánimo depresivo), exteriorizados como enfado u hostilidad.
Este trastorno se suele manifestar a través de un estado general de activación, que implica síntomas como las dificultades para dormir, irritabilidad o déficit de concentración. Las personas que padecen Estrés Postraumático a menudo experimentan niveles elevados de ansiedad, respuestas de sobresalto exageradas, sentimientos continuos de pánico, comportamientos evitativos, alteraciones cognitivas y del estado de ánimo asociadas al suceso. Es frecuente también que aparezcan pesadillas y recuerdos recurrentes del suceso perturbador.
El Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) se puede presentar en adultos, adolescentes y menores a partir de 6 años.
Nos encontramos habitualmente con este tipo de trastorno en todas aquellas personas que han vivido experiencias tremendamente perturbadoras que han marcado su personalidad como un desastre natural, un accidente grave, un abuso sexual o de otro tipo, una agresión severa, cualquier experiencia trágica, etc. Es muy frecuente que lo sufran ex combatientes de guerra y militares en activo que han vivido situaciones de mucho peligro.
Cuando el acontecimiento perturbador ha sido provocado por personas como en el caso de secuestros, violaciones, agresiones, etc., los síntomas tienden a ser más persistentes que cuando son debidos a causas naturales (catástrofes naturales, accidentes no provocados). Además, si el trauma lo ha generado una persona implica en mayor o menor medida una dosis considerable de vergüenza y culpa por parte de la víctima.
A veces sucede que el trauma comienza transcurridos más de seis meses desde que ocurrió el suceso perturbador. Con frecuencia la reacción inicial de una persona a un suceso traumático es diagnosticada como un trastorno de estrés. Si la sintomatología se mantiene o bien evoluciona durante más de un mes, podemos hablar de un Trastorno de Estrés Postraumático. Se considera Estrés Postraumático agudo cuando los síntomas duran menos de tres meses y de tipo crónico cuando exceden este periodo.
Muchas personas manifiestan síntomas disociativos. La disociación implica experimentar una desconexión entre tu mente y la realidad del momento presente.
La disociación relacionada con las experiencias traumáticas supone una deficiencia en la cohesión (unión, coherencia) y por tanto en la flexibilidad de nuestra manera de percibir, sentir, afrontar y actuar en el mundo.
A todos nos pasa que en ocasiones nos desconectamos, no recordamos por ejemplo parte del recorrido que hicimos del trabajo a casa. Bien porque nos preocupaba algo en exceso o bien por ir completamente distraídos. Por tanto todos podemos disociarnos. Sin embargo, otras formas de disociación mucho más severas provocan una gran ruptura entre las sensaciones y las percepciones de los hechos de la vida. En los casos más graves hay auténticas lagunas de amnesia en relación con la experiencia. Así, es posible incluso haber sufrido una agresión sexual y no recordarlo. No recuerdas el hecho en sí pero sí padeces todos los síntomas físicos y psicológicos asociados a ese suceso traumático.
Los trastornos disociativos tienen un origen traumático, son secundarios a experiencias traumáticas prolongadas y repetidas, y se suelen iniciar en la infancia. El abuso crónico y grave (psicológico, físico y sexual), el abandono durante la infancia, una pérdida precoz importante, una enfermedad médica grave o sucesos estresantes abrumadores son algunos ejemplos.
En la infancia, a medida que el niño se desarrolla, la exposición a estas experiencias traumáticas puede tener efectos duraderos sobre la capacidad de la persona para construir una identidad única, de manera que se aprende a integrar diversos y complicados tipos de información y experiencias en una única identidad personal cohesionada y compleja. Estos niños desarrollan una mayor capacidad de escapar a las vivencias dolorosas “retirándose” en su propia mente.
Con todo lo expuesto anteriormente, si crees que tienes un Trastorno de Estrés Postraumático o bien observas estos síntomas en tus seres queridos te recomendamos nos consultes lo antes posible para averiguar si en tu caso concreto es necesario comenzar un tratamiento terapéutico.
Si permites que los síntomas postraumáticos persistan, puedes volverte más vulnerable y desarrollar otros trastornos psicológicos. Ten en cuenta que los problemas no tratados suelen continuar y empeorar, y pueden generarte nuevos problemas. Las consecuencias de no recibir el tratamiento que necesitas pueden ser peligrosas.
Siempre es mejor buscar ayuda profesional al inicio de la problemática
que esperar a que las dificultades sean demasiado graves.