El apego es un tipo específico de vínculo que el niño mantiene de forma constante con su cuidador o figura principal de apego (generalmente la madre). Tiene una finalidad biológica de pura supervivencia y otra psicológica de seguridad afectiva. La función del sistema de apego es reducir la ansiedad y aumentar el sentimiento de seguridad en el niño al aproximarse a la madre o al cuidador.
La Teoría del Apego postula que el vínculo de apego es un imperativo biológico que tiene sus orígenes en la necesidad evolutiva de supervivencia y el desarrollo físico y emocional del individuo. Dada la necesidad de supervivencia de apego, el niño debe adaptarse al cuidador y excluir defensivamente cualquier conducta que amenace el vínculo de apego.
Ante situaciones que le producen estrés y ansiedad, el niño activa sus conductas de apego, como búsqueda de contacto visual, aproximación, llanto, sonrisa, tender los brazos, etc. Estas son correspondidas, o no, por el adulto. El tipo de respuesta del cuidador (tocar, calmar, sostener, regañar, frialdad, distanciamiento, etc.) condicionará el comportamiento de apego del niño hacia ese adulto en particular y hacia todas las personas con las que se relacione en el futuro.
El ser humano NO nace con la capacidad de regular sus propias reacciones emocionales; necesita de la figura de apego. Necesita mantener la proximidad con una persona significativa para recurrir a ella como una base segura en momentos de alarma y necesidad. El miedo, el estrés y la ansiedad activan el apego en el niño e inhiben la exploración y el juego, porque en esos momentos lo que importa es recuperar un vínculo estable. Una vez logrado el estado de seguridad en la interacción con el otro (hetero-regulación), sobreviene de forma natural y espontánea el interés por el juego, la exploración del mundo y la autonomía.
El apego tiene un impacto decisivo en todos los vínculos afectivos, así como en el desarrollo neurológico del niño y en la organización de su psiquismo. Particularmente en cómo se vive a sí mismo y al otro (su vivencia subjetiva) y en sus distintas modalidades y experiencias de estar con las demás personas.
Actualmente las investigaciones señalan que el apego ocurre del niño a su cuidador. Posteriormente, entre adultos que han formado una pareja estable, con el tiempo se crea una mutua regulación de apego y, salvo en estos dos casos, no se crean otros vínculos de apego.
Tanto el vínculo de Apego seguro como la Psicoterapia contribuyen a desarrollar una presencia “tranquilizadora” necesaria porque ofrecen experiencias en las que se nos reconoce, se nos comprende y se nos cuida, experiencias que después podremos interiorizar y que afectarán directamente a nuestro cerebro alterando nuestras conductas.
La mayoría de los estudios muestran que aproximadamente la mitad de la población tiene un apego seguro, mientras que algo más de la otra mitad de la población mundial desarrolla un estilo de apego inseguro:
- Apego seguro: sensación de ver visto, aceptado incondicionalmente, confianza, búsqueda de proximidad afectiva, autonomía e intimidad.
- Apego inseguro ansioso-ambivalente: miedo a perder el vínculo afectivo, contactos frecuentes ansiosos, celos, inseguridad. Miedo al abandono.
- Apego evitativo: aislamiento emocional, desconfianza, desdén por lo emocional, autosuficiencia, evitación de la intimidad.
- Apego desorganizado: se desarrolla en situaciones traumáticas ya que la persona tiene el impulso a vincularse y buscar protección en la figura de apego que a su vez es la que genera las negligencias, el miedo o maltrato.
El apego inseguro es responsable de la gran mayoría de los desórdenes emocionales. Por eso darte la oportunidad para poder sanar en la terapia tu herida de apego infantil es esencial para que puedas recuperar tu equilibrio y bienestar en la edad adulta y evitar en el futuro que tus hijos repitan tu modelo de apego inseguro.