Pesimistas, optimistas y realistas

EL PESIMISTA, se queja del viento. El OPTIMISTA, espera que cambie. El REALISTA, ajusta las velas. ¿Qué haces TÚ

La vida, mientras imparte lecciones, a veces perturba nuestro control y altera nuestra calma. Son momentos en los que no percibimos nada claro y todo nuestro mundo se muestra confuso y oscuro. A menudo, “las vemos venir”; otras veces, sin embargo, es un imprevisto el que nos “entrena” mientras altera el ritmo normal de las cosas. Se trata de algo que nos frustra, que absorbe nuestra atención  y que nos sume de negatividad y niebla. Y mientras tanto, en el fondo de uno mismo, sabemos que de ese infierno que temporalmente padecemos, nadie tiene la culpa, que es la propia vida que está misteriosamente en marcha.

Los momentos de tormenta forman parte de la travesía del vivir. El río de la vida fluye entre las orillas del placer y del dolor. El arte de vivir es el arte de saber neutralizar el sufrimiento y aceptar el “dolor natural” que se desprende de determinadas experiencias.

Muchas personas ante momentos difíciles de su vida, se bloquean y sólo se quejan, se tornan pesimistas o bien se engañan con un falso optimismo y evitan así actuar con lo que la situación empeora.

Hay una gran diferencia entre “desahogarse” y “quejarse”. Quien se desahoga vacía la tensión poniendo palabras a una situación dolorosa, la queja, por el contrario, niega el propio poder y se resiste a aceptar y a asumir la realidad que toca abordar.

Mientras que el desahogo se establece desde el compartir y el aceptar, la queja, sin embargo, se desenvuelve sin una visión de conjunto, como una rabieta infantil. La queja deja de lado la transitoriedad de todos los estados mentales y la constante fluidez de las ideas.

La queja niega la propia capacidad de superación, creando una atmósfera de inutilidad personal e intoxica nuestro inconsciente. Ante la queja, ninguna persona va a hacer más por resolver la situación, y mucho menos desplegar mayor eficacia. En todo caso, su labor ser verá acompañada del virus quejumbroso de impotencia que tiende a contaminar la atmósfera.

La queja  es regresiva porque paraliza la acción y bloquea el futuro. La queja indica que algo en la mente del que la padece todavía no acepta la frustración producida por las expectativas previas.

¿De qué sirve quejarse? A nadie beneficia el lamento de alguien que se niega a sí mismo. Todos sabemos que si el problema tiene remedio, lo que tenemos que hacer es actuar, y si no lo tiene, debemos recordar que quejarse ni resuelve ni mejora, en todo caso ofusca y oscurece bloqueando a la persona y haciéndola sentirse víctima del destino. ¿Acaso el hecho de recrearse en el victimismo alivia la frustración que produce lo que no salió como uno esperaba?

Es innegable que toda experiencia, por dolorosa que sea, trae envuelta enseñanzas insospechadas y muy valiosas. Todos sabemos que cuando alguien sufre, de poco sirve decirle que hasta la pérdida más dolorosa es una vivencia que nos hace madurar y nos transforma, que nos hace crecer a un ritmo vertiginoso.

Cuando veamos que en nuestra vida ha llegado una nueva tormenta, tengamos cuidado con las quejas, que, además de estériles, debilitan al que las nombra. Su llegada, en alguna dimensión del aprendizaje, no es casual. Tras la agitación, los antiguos hábitos se cuestionan y se abren nuevas puertas. La oportunidad de cambio, a veces, cobra un peaje de perturbación y crisis, aunque sabemos, en lo más profundo, que pronto las aguas volverán a estar claras en lugar de turbias. El dolor ya pasado, no habrá sido inútil, la vida no es una vulgar rueda. Cada problema enfrentado templa y madura. Tras la nueva transparencia de las aguas calmas, uno ya no es el mismo, algo se ha transmutado. Se sabe que vendrán otros rostros y que se abrirán nuevas puertas.

Todo problema tiene solución como todo veneno su antídoto. Sin embargo, si la solución posible no es inmediata o si ésta todavía no se deja ver porque tiene la puerta bloqueada, conviene aceptar la situación con urgencia, de modo que la presión emocional no arrastre a todo el sistema y el único escape que pueda vislumbrarse sea una improductiva queja.

Cuando uno recuerda que puede observar su dolor y comprender que éste es pasajero porque se trata tan sólo de la otra cara de la moneda (placer/dolor), la tensión afloja y asoma un rayo de esperanza. Sabemos que si aceptamos lo que nos duele, si aceptamos que el dolor forma parte del juego de la vida y que éste es transitorio, sucederá que la tormenta poco a poco se irá apaciguando. En realidad el dolor es como un cohete que abre nuestra sensibilidad y revela el sentido último de nuestra existencia.

Las leyes de la mente afirman que todo lo que actualmente cada cual ha  conseguido en su vida es lo que un día pensó que llegaría a ser y merecía. Lo que hoy rodea a nuestra vida es el resultado de nuestros sueños y creencias pasadas acerca de lo que un día seríamos capaces de lograr. Conviene pensar que, para cambiar la vida y vivir en paz, merece la pena dejar de lado la buena o mala suerte. Mejor será cambiar nuestros pensamientos y sintonizar con nuestro yo profundo. En realidad, una vez nos hacemos conscientes, resulta posible reinventar nuestra propia existencia.

En tiempos difíciles, la mente tan sólo enfoca allí donde se requiere apoyo, acción inteligente y soluciones inmediatas. A medida que uno supera los golpes de las primeras olas y ajusta el rumbo ante los vientos que soplan, su corazón se vacía de ilusiones mientras aplica remedios eficaces y rápidos en plena contienda.

Cuando el momento que uno vive es difícil, contamos con un gran aliado que corre a favor del sosiego: el tiempo. Sabemos de la transitoriedad de las cosas y que todo cambia. Cada minuto abordado con coraje es un minuto de victoria. Cada metro recorrido, un metro que dejamos atrás en el camino de salida. No se trata de optimismo o pesimismo, sino de alcanzar la competencia emocional suficiente como para mantener el discernimiento y adoptar medidas de plena eficacia.

No es tiempo de divagar y quejarse, sino  más bien se trata de actuar. Más tarde, cuando la tormenta se aleje y el horizonte se despeje, será el tiempo de respirar profundo y de dar las gracias porque podemos por fin corroborar que el viento y las olas corren a favor del que sabe navegar.

Aceptar la frustración es una competencia emocional que se logra mediante el fruto de la madurez y el cultivo de nuestro mundo interior. Y no cabe ninguna duda de que la terapia te ayuda enormemente a tener la oportunidad de desahogarte, a aceptar las frustraciones constantes que padecemos en nuestras vidas y también a poder hacer los ajustes creativos que más necesitamos para tener una vidas más plenas y alineadas con nuestras auténticas necesidades.

Con cariño, te esperamos en www.soltarsaltar.com

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